El Jardín
Tarde, 18 de junio de 2022
“He venido a mi jardín, hermana mía, esposa mía: he recogido mi mirra con mi especia; he comido mi panal con mi miel; He bebido mi vino con mi leche: comed, oh amigos; bebe, sí, bebe en abundancia, oh amado.”—Cantares 5:1
El corazón del creyente es el jardín de Cristo. La compró con su preciosa sangre, y entra en ella y la reclama como suya.
Un jardín implica separación. No es el común abierto; no es un desierto; está amurallado o cercado.
Ojalá pudiéramos ver el muro de separación entre la iglesia y el mundo hacerse más amplio y más fuerte. A uno le entristece escuchar a los cristianos decir: “Bueno, no hay daño en esto; no hay daño en eso”, acercándose así al mundo lo más posible.
La gracia está en un punto bajo en esa alma que incluso puede plantear la pregunta de hasta dónde puede llegar en la conformidad mundana. Un jardín es un lugar de belleza, supera con creces las tierras salvajes yermas.
El cristiano genuino debe buscar ser más excelente en su vida que el mejor moralista, porque el jardín de Cristo debe producir las mejores flores de todo el mundo. Incluso lo mejor es pobre en comparación con los méritos de Cristo; no lo desanimemos con plantas marchitas y enanas.
Los lirios y las rosas más raros, ricos y selectos deben florecer en el lugar que Jesús llama suyo. El jardín es un lugar de crecimiento.
Los santos no deben permanecer subdesarrollados, siempre meros capullos y flores. Debemos crecer en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. El crecimiento debe ser rápido donde Jesús es el Labrador y el Espíritu Santo el rocío de lo alto.
Un jardín es un lugar de retiro. Así que el Señor Jesucristo quiere que reservemos nuestras almas como un lugar en el cual él pueda manifestarse, como no lo hace al mundo.
¡Oh, que los cristianos estuvieran más retirados, que mantuvieran sus corazones más cerrados para Cristo! Muchas veces nos preocupamos y nos preocupamos, como Marta, de tanto servir, de modo que no tenemos el lugar para Cristo que tuvo María, y no nos sentamos a sus pies como debiéramos.
El Señor conceda las dulces lluvias de su gracia para regar este día su jardín.