
Tarde, 12 de junio de 2022
“Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos,”— 2 Timoteo 1:9
El apóstol usa el tiempo perfecto y dice: “Quien nos salvó”.
Los creyentes en Cristo Jesús son salvos. No son vistos como personas que están en un estado de esperanza, y que finalmente pueden ser salvos, pero ya son salvos. La salvación no es una bendición que se disfrute en el lecho de muerte y que se cante en un estado futuro en lo alto, sino un asunto que se obtenga, reciba, prometa y disfrute ahora.
El cristiano es perfectamente salvo en el propósito de Dios; Dios lo ha ordenado para salvación, y ese propósito está completo. Es salvo también en cuanto al precio que ha sido pagado por él: “Consumado es”, fue el grito del Salvador antes de morir.
El creyente también es perfectamente salvo en su cabeza del pacto, porque así como cayó en Adán, así vive en Cristo. Esta salvación completa va acompañada de una vocación santa.
Aquellos a quienes el Salvador salvó en la cruz, a su debido tiempo son llamados eficazmente a la santidad por el poder de Dios el Espíritu Santo: dejan sus pecados; se esfuerzan por ser como Cristo; eligen la santidad, no por compulsión, sino por la tensión de una nueva naturaleza, que los lleva a regocijarse en la santidad con la misma naturalidad con que antes se deleitaba en el pecado.
Dios no los escogió ni los llamó porque fueran santos, sino que los llamó para que pudieran ser santos, y la santidad es la hermosura producida por su hechura en ellos. Las excelencias que vemos en un creyente son tanto la obra de Dios como la expiación misma.
Así se manifiesta muy dulcemente la plenitud de la gracia de Dios. La salvación debe ser por gracia, porque el Señor es el autor de ella: ¿y qué motivo sino la gracia podría moverlo a salvar a los culpables?
La salvación debe ser por gracia, porque el Señor obra de tal manera que nuestra justicia queda excluida para siempre. Tal es el privilegio del creyente: una salvación presente; tal es la evidencia de que está llamado a ella: una vida santa.